Universidad Distrital Francisco Jose de Caldas

Institución oficial de educación superior del Distrito Capital de Bogotá, en Colombia. Lleva su nombre en honor a Francisco José de Caldas prócer y mártir de la independencia de la Nueva Granada, destacado participante de la Expedición Botánica, investigador e inventor del hipsómetro.

Secretaria de educacion

La Secretaría de Educación del Distrito Capital fue creada mediante el Acuerdo Número 26 del 23 de mayo de 1955, del Concejo de la ciudad. Hace parte del sector central de la administración distrital, en cabeza de la Alcaldía Mayor de Bogotá.La Secretaría de Educación del Distrito Capital es la entidad rectora de la educación preescolar, básica (primaria y secundaria) y media en Bogotá.

AHILA (Asociación de Historiadores Latinoamericanistas Europeos)

es una institución, sin fines de lucro, que a lo largo de veinte años de labores sin interrupción, ha logrado reunir más de 300 especialistas vinculados con todas los mayores centros de docencia e investigación de Europa. Sus lenguas oficiales son el español y el portugués.

1 2 3 4

lunes, 6 de junio de 2011

HECHOS MÁS SOBRESALIENTES DEL M-19

ANTECEDENTES HISTORICOS

En los inicios de la década del setenta Colombia vivía una etapa de lucha social y política muy intensa. Protestas callejeras, cientos de tomas de tierras por parte de campesinos, coincidían con una fuerte crisis política, producto de divisiones provocadas por altos grados de sectarismo. La izquierda colombiana no estaba exenta de esta dinámica, mostrando una fuerte división entre los partidarios de la vía pacífica y la vía armada como metodologías de acceso al poder.
En medio de este escenario un grupo de antiguos miembros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias Colombianas (FARC), del Ejército de Liberación Nacional (ELN), miembros de la ANAPO y dirigentes sociales deciden crear una organización de nuevo tipo, que supere los evidentes fracasos de modelos guerrilleros previos, rompa con el abismo que separaba a los grupos armados de las masas, y encabece las luchas sociales que ocurrían en esos años en Colombia.
Como señala Israel Santamaría, oficial superior del M-19, con la creación del movimiento “se trataba de dotar al movimiento de masas de fuerzas armada, y al movimiento armado de dotarlo de fuerzas de masas, porque las masas eran grandes, pero desarmadas y débiles y ponían los muertos en las calles y el movimiento armado era fuerte y con las armas pero no tenía pueblo que respaldara su accionar”. (Behar Olga; Las Guerras de la Paz; Editorial Planeta, Bogotá, 1985, pág. 86)
Luego de discutir la concepción del nuevo movimiento se decide que la consigna que lo representa mejor es “con el pueblo, con las armas, al poder”, para la cual buscan un nombre distinto a los ya existentes y repetidos en la mayoría de los países: Juventudes Revolucionarias, Ejército de los Pobres, Ejército de Liberación Nacional, Bandera Roja, etc. Como señala el dirigente Israel Santamaría consideraban que no era suficiente tener las armas y esconderse en la selva hasta que el ejército los aniquilara, “y tampoco era lógico el pueblo sin armas, esa era la experiencia histórica del 19 de abril de 1970, cuando el pueblo ganó las elecciones pero no obtuvo el poder y no tuvo la estructura militar que le permitiera defender su desarrollo político”. (Behar Olga; Las Guerras de la Paz; Editorial Planeta, Bogotá, 1985, pág. 86)
Por eso toman el nombre de Movimiento 19 de abril (M-19) con una manera de conmemorar la fecha en que el candidato presidencial de la Alianza Popular (ANAPO), el general Gustavo Rojas Pinilla, un caudillo populista que gobernó el país con mano de hierro de 1953 a 1957, fue objeto de un supuesto fraude electoral en las elecciones presidenciales.
Su principal dirigente y fundador, Jaime Bateman, era quien mejor representaba la nueva cultura guerrillera alejada del mesianismo y del militarismo predominante en otros grupos. Bateman había sido miembro de las juventudes comunistas y más tarde de las FARC, el brazo armado. Bateman se definía así mismo como nacionalista, demócrata y revolucionario, y dedicado simultáneamente a la lucha armada. Para Bateman era necesario para acercarse al pueblo colombiano nacionalizar la revolución, “ponerla bajo los pies de Colombia, darle sabor de pachanga, hacerla con bambucos, vallenatos y cumbia y cantando el himno nacional”. (Lara Patricia; Siembra vientos y recogerás tempestades; Editorial Planeta, Bogotá 1986, pág. 110.)
NEGOCIACIONES DE PAZ
En general en nuestro continente, que ha sido tradicionalmente foco de tensiones nacionales, regionales e internacionales, salvo notables excepciones históricas, la negociación de conflictos es un fenómeno reciente. La negociación geopolítica más importante de América Latina, que enfrentó dos partes con una gran asimetría de poder, fue la negociación sobre el Tratado de Panamá. En cuanto a negociaciones de conflictos en el interior de las naciones, sólo existe un antecedente previo: Venezuela.
En ese país hubo un proceso de pacificación en la mitad de los sesenta, que brinda un ejemplo notorio de voluntad de las partes por alcanzar la paz. La guerrilla venezolana, al igual que en el resto de los países, tuvo un momento de auge de los factores insurreccionales casi al momento de su nacimiento a principios de la década. Posteriormente su acción militar urbana se estancó y se trasladó a las zonas rurales.
“Entre 1965 y 1966 sus máximos dirigentes inician una reflexión sobre el futuro de la lucha armada bajo el siguiente razonamiento: la guerrilla no ha sido derrotada y, por las estrategias de supervivencia, difícilmente lo será en términos militares, pero tampoco es muy probable un avance militar sustantivo que planteara a corto plazo la posibilidad de derrota con el ejército”. (Benítez Raúl; Negociaciones de paz en el Tercer Mundo:análisis comparativo; http ://www.cidob.es/ castellano/ publicaciones/ afers/ benitez.html)
Por su parte, el gobierno en vez de plantear como salida la represión indiscriminada, inteligentemente abrió los espacios políticos. Ante esta situación de mutuas concesiones, la guerrilla fue desmantelando sus estructuras militares e insertándose en el proceso democrático y el gobierno respetó la vida de los dirigentes y militantes. “Entre 1967 1969 se dio una apertura política donde, aun existiendo comandos militares guerrilleros, el gobierno aceptó su participación electoral en 1968. A finales de 1968 se puede considerar que en el país ya existían condiciones de paz armada”. (Benítez Raúl; Negociaciones de paz en el Tercer Mundo: análisis comparativo; http: //www.cidob.es/ castellano/ publicaciones/ afers/ benitez.html)
La experiencia de negociación venezolana, prácticamente quedó en el olvido durante los tormentosos años setenta, sólo a mediados de los ochenta comenzó a gestarse un nuevo proceso de negociación, esta vez en Colombia.
Lo que en los convulsionados años sesenta y setenta se veía como una quimera: negociaciones de paz entre guerrilleros y el Estado, tuvo en el M-19 a uno de sus principales detractores. Porque el M- 19 bajo de la sierra, depuso las armas, y contribuyó a formar un nuevo sistema político en Colombia, con una nueva constitución e indirectamente contribuyendo al término del monopolio del poder que los liberales y conservadores habían gozado durante treinta años. Una de las explicaciones de esta transición excepcional se encuentra en los orígenes del M-19, como señalamos anteriormente, “fundado con la furia y la desesperación provocada por el fraude electoral, tomó las armas para conquistar el derecho a participar en las elecciones y no para hacer la revolución, a pesar de que se autodefinía como movimiento revolucionario”.(Castañeda Jorge; La Utopía Desarmada; Editorial Joaquín Mortiz; México, 1993, pág. 136)
El proceso de paz colombiano desde sus comienzos captó la atención de cientistas sociales, politólogos y políticos. Prácticamente sin mediación internacional, desde principios de la década del ochenta se esforzaron intentos de diálogo y pacificación. Desde 1983 a 1986, tiempo en que se realizó el Diálogo de contadora, del cual Colombia fue parte, el presidente Belisario Betancur utilizó a la política exterior como medida de política interior, y se iniciaron los altos al fuego parciales con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el M-19, y el Ejército Popular de Liberación (EPL).
Como señaló el comandante Carlos Pizarro en enero de 1988: “Tenemos la convicción de que estamos frente a un proceso en el que debemos ser creativos sobre las bases de lo que se ha conseguido en este país en todos estos años de lucha, conquistando la posibilidad real de la paz, de la democracia, de la justicia social, entonces quienes están angustiados por la aparición del M-19 es la oligarquía y quienes están a la expectativa es el país entero y quienes estamos trabajando por el nuevo reconocimiento del M- 19 en las jornadas de libertad y democracia, somos nosotros”. (Pizarro Carlos; Guerra a la Guerra; Editorial Tiempo Presente; Bogotá, Colombia; 1988, pág. 137)
Estas iniciativas tuvieron grandes altibajos, no lográndose acuerdos definitivos. En 1984 los altos al fuego son bastante limitados, no obstante, las FARC crea la Unión Patriótica (UP) y decide participar de forma abierta y legal en la lucha política. “En noviembre de 1985, con el asalto al Palacio de Justicia por el M-19, y la consecuente represión desatada después de este acontecimiento, se cerró el clima de distensión. Entre 1985 y 1988 son asesinados por grupos paramilitares más de mil dirigentes políticos populares, tanto los vinculados a los grupos armados como los independientes, lo que genera un clima de desconfianza posterior que se incorpora como un obstáculo importante para lograr la paz”. (Benítez Raúl; Negociaciones de paz en el Tercer Mundo: análisis comparativo; http ://www.cidob.es/ castellano/ publicaciones/ afers/ benitez.html)
Lo anterior sirve como testimonio elocuente tanto del carácter sumamente violento de la política colombiana como de los enormes riesgos que asumió el M-19 cuando a principios de los ochenta inició las negociaciones de paz con el gobierno del Presidente Belisario Betancur. Debido a las características especiales de este movimiento, muy distintas a la de sus congéneres latinoamericanos, el M-19 resistió lo que fue sin duda el peor aniquilamiento que una dirigencia ha sufrido por una organización latinoamericana.
De sus fundadores, Jaime Bateman, Iván Marino Ospina, Álvaro Fayad y Carlos Pizarro, murieron, todos en acción o en combate entre 1983 y 1989. Si se les agrega el nombre de Bernardo Jaramillo, el candidato presidencial de la Unión Patriótica, una coalición política promovida por el Partido comunista, también asesinado a tiros en 1989, la lista es abrumadora. “El costo en dirigentes es un reflejo de un costo mucho mayor que se pagó entre simples militantes: unos 30 mil activistas y simpatizantes de izquierda murieron asesinados, más que en El Salvador y muchos más que en Argentina, Chile o Uruguay en las guerras sucias de los años setenta. La represión de la izquierda colombiana y la magnitud de sus pérdidas no tienen parangón en la historia moderna de América Latina”. (Castañeda Jorge; La Utopía Desarmada; Editorial Joaquín Mortiz; México, 1993, pág. 136)
Como señala el ex miembro de la dirección nacional del M-19 y ex parlamentario, Gustavo Petro “Medio millón de asesinatos políticos y sociales en medio siglo nos lleva a pensar que en Colombia no sólo se intentó extirpar una élite revolucionaria, sino que se intentó eliminar definitivamente cualquier intento de participar autónoma de la sociedad en la vida del país”. (Petro Gustavo; De la Guerra y de la Paz en Colombia.(http://www.algonet.se/~demos/pazcol.html.11 de enero de 1996)
Los resultados alcanzados en las elecciones de 1990 para la presidencia y la asamblea constituyente por el M-19 permiten afirmar que el tránsito de la lucha armada a la representación parlamentaria fue exitoso. A pesar de que su candidato presidencial fue asesinado semanas antes del día de los comicios el M-19 obtuvo 750 mil votos y el 13% en la primera votación, y un millón de votos, más del 20% y el mayor número de escaños de cualquiera de las listas en la segunda vuelta. “Encuestas realizadas en Colombia a principios de 1991 revelaban que un gran número de colombianos (58,5%) creía que el M-19 llegaría al poder y que su dirigente y antiguo candidato Antonio Navarro Wolff, era considerado el político colombiano con mayores probabilidades de llegar a la presidencia en la década de los noventa”. (Castañeda Jorge; La Utopía Desarmada; Editorial Joaquín Mortiz; México, 1993, pág. 136)
Sin embargo, las primeras elecciones legislativas y comunales bajo la nueva constitución, en octubre de 1991, mostraron a un M-19 desperfilado y con una considerable baja en el apoyo popular. Este retroceso no fue bien comprendido ni asimilado por sus dirigentes. En su interior surgieron sectores que culparon a la conducción que le dio al nuevo partido político su líder carismático, Arturo Navarro Wolff y al tipo de partido que concibieron: idéntico a otros grupos por su moderación, responsabilidad y madurez (sinónimo de no revolucionario). “Otros opinaban que si el M-19 hubiera seguido apegado a la izquierda y al radicalismo, le hubiera ido aún peor, dado el conservadurismo imperante en Colombia y en todo el hemisferio. En todo caso, una cosa estaba clara: el M-19 perdió el contacto con los movimientos populares que le habían proporcionado el contexto para prosperar después de deponer las armas”. (Castañeda Jorge; La Utopía Desarmada; Editorial Joaquín Mortiz; México, 1993, pág. 136- 137)
Como señala el politólogo mexicano, Jorge Castañeda, el M-19 ejemplificó un tránsito inicialmente afortunado de la lucha armada castrista de los años sesenta a la competencia electoral casi socialdemócrata de los noventa. Pero en vez de contribuir al cambio de la democracia colombiana haciéndola más representiva y legitimada en todos los sectores de la sociedad, cayó en los mismos vicios que criticaba en los partidos tradicionales. De cierta manera fue un nuevo partido, con viejos vicios, que formó parte de un sistema político anquilosado y desprestigiado, por lo que también entró a compartir el descrédito que lo rodea.
Autor: Sergio Salinas; periodista de la Universidad Católica; Magíster en Ciencia Política, mención Política Compara de la Universidad de Chile. Con estudios en Teoría y Resolución de Conflictos (Ilades- Universidad Javeriana). Director de Cuadernos de Trabajo de la Corporación Tercer Milenio.

Agradecimientos bibliográficos a:
Artigoo, “Porque todos somos expertos en algo” (http://artigoo.com/historia-del-m-19

No hay comentarios:

Publicar un comentario